Tiros celestialmente errados: Cuando los intentos de asesinato inflan egos
Sobrevivir una experiencia cercana a la muerte no significa un aval divino, pero buena suerte explicándole eso a muchos líderes a lo largo de la historia.
Según diversos medios, algunos seguidores de Donald Trump y del Partido Republicano en los Estados Unidos creen que la reciente escapada de Trump del intento de asesinato el 14 de julio se debió a una "intervención divina". Como si Dios hubiera protegido a Trump ese fatídico día.
No sé si el propio Trump cree que recibió ayuda celestial, pero su hijo, Donald Trump Jr., ciertamente sí lo piensa: “Esa fue realmente una intervención divina, en mi opinión”, dijo.
Cualquier experiencia cercana a la muerte, especialmente frente a un arma, es indudablemente traumática. No tengo más que compasión por cualquier persona que haya estado al borde de ser asesinada, incluyendo aquellas personas –minorías, legisladores y funcionarios estadounidenses, entre otras– que han sido blanco del odio de Trump.
Sin embargo, aunque las historias de ángeles o seres celestiales interviniendo en la supervivencia de alguien pueden ser adecuadas para Selecciones del Reader’s Digest o algún tabloide, me preocupa cuando involucran al probablemente nuevo liderazgo (por segunda vez) de la mayor superpotencia mundial.
Se trata de viles supersticiones y de una forma de razonamiento francamente primitiva.
Cualquiera persona a la que le gusta la historia sabe que un buen número de individuos famosos a lo largo del tiempo —muchos de ellos con un comportamiento horroroso— han tenido encuentros cercanos con la muerte, solo para sacar de ahí conclusiones completamente erróneas sobre su experiencia:
Primero, la noción de que su roce milagroso con la muerte fue una señal de Dios.
Segundo, que semejante intervención sobrenatural fue un “¡chócalas!” —un high five, como dirían en inglés— a favor de lo que la persona estaba haciendo o planeaba hacer más adelante. Un “cheque en blanco” celestial, por así decirlo.
Teología de pacotilla
Me asombra cómo algunas personas creen que un poder superior puede no intervenir en innumerables cosas que salen mal todos los días, como desastres naturales, enfermedades, pandemias, guerras y accidentes, pero de alguna manera elige intervenir en sus circunstancias específicas. ¡Santo narcisismo!
No sé tú, pero no creo que mis problemas o aspiraciones sean más dignos de intervención divina que la salud de un niño enfermo. Y si lo creyera, eso debería ser razón suficiente para que Dios se quitara una sandalia (así me lo imagino: usando toga y sandalias) y me diera una tunda en el trasero como una buena madre latina, ciertamente no haciendo ninguna concesión celestial a mi egocentrismo.
Por otro lado, muchas personas que han sobrevivido una invitación cercana a “ver crecer las zanahorias desde abajo” sí han reaccionado con humildad y sensatez. Bien por ellos. Han reevaluado sus vidas y aprovechado esa “segunda oportunidad” para hacer cambios, reconociendo plenamente sus errores y comprometiéndose a ser mejores, al estilo del personaje George Bailey en la clásica cinta It’s a Wonderful Life. No han interpretado su buena suerte como una forma de auto-validación, sino que lo vivieron —correctamente, me parece— como un sacudimiento personal al estilo de San Pablo rumbo a Damasco.
Desafortunadamente, muchos líderes que han recibido tales segundas oportunidades no han sido precisamente ejemplos de rectitud ni han tenido la intención de volverse tales. Lo que es peor: han entendido su supervivencia como una invitación a empecinarse en su misión.
Así que, sin más preámbulo, echemos un vistazo a personas famosas que sobrevivieron intentos de asesinato y pensaron que recibieron un beso celestial en la frente.
Adolfo Hitler
El lunático del bigotito sobrevivió no uno, sino seis intentos de asesinato. El más notable fue el complot de Stauffenberg en julio de 1944 (vuelto película con Tom Cruise), que buscaba vaporizar al cabo austriaco con una maleta llena de explosivos (la cual estalló pero, increíblemente, no hirió a su objetivo). ¿La conclusión de Hitler de ese encuentro cercano? Que la Providencia seguramente favorecía sus planes de dominación mundial y que continuase asesinando a millones.
Fidel Castro
Un exfuncionario de la CIA admitió que la Agencia ideó 634 (!) intentos para eliminar al dictador cubano, con dispositivos que iban desde veneno en sus botas hasta habanos explosivos al estilo de las caricaturas. Parece que lo único peor que la ineptitud de los espías de la CIA fue la deducción de Castro de que la Historia con “H” mayúscula estaba interviniendo proactivamente para que él pudiera seguir obligando a los cubanos a conducir Ford Edsels con refacciones “hechizas” durante medio siglo.
Napoleón Bonaparte
El corso belicista implementó políticas sensatas en toda Europa, desde un conjunto estándar de medidas (la razón por la que la mayor parte del mundo ahora usa kilos y metros) hasta el establecimiento de un ordenado código civil “napoleónico” y tribunales basados en el Derecho Romano que funcionan hoy en día. Lamentablemente, el tipo llevó al continente a un paseo de muerte y destrucción que solo terminó cuando fue derrotado por segunda vez, exiliado de por vida dos veces y probablemente envenenado por los británicos para quedar todos tranquilos. (Parece que no habían oído hablar aún de la “estaca en el corazón” o lo habrían intentado también). Al principio de su ascenso político, Napoleón sobrevivió a una bomba colocada para matarlo, lo cual interpretó —ajá: esto ya es un patrón— como evidencia de su “buena estrella”.
Julio César
El sepulturero de la República Romana sobrevivió a múltiples conspiraciones en su contra antes de su eventual asesinato en 44 a.C. Según los historiadores, los roces de César con la muerte lo llevaron a pensar que estaba favorecido por los dioses y destinado a la grandeza. Sin duda fue un estratega genial, pero también “le dio cuello” a la democracia romana para nombrarse a sí mismo Emperador y masacró a decenas de miles en su afán por la gloria personal. Los dioses favorecieron a César solo hasta que 23 puñaladas de una turba de senadores romanos “sugirieron” lo contrario.
Zar Alejandro III de Rusia
Olvídense de la democracia, los derechos políticos o los retretes con agua corriente: los campesinos rusos aún comúnmente recibían latigazos en 1887. Fue entonces cuando Alejandro III sobrevivió a un intento de asesinato y concluyó que sus reformas liberales —una de las cuales prohibía, “en papel”, los azotes a los siervos— debían ser revocadas, para que sus súbditos no tuvieran más ideas graciosas.
Escapar de la muerte había sido, aparentemente, la forma de Dios de confirmar el derecho monárquico de Alejandro a gobernar por capricho real. El Zar volvió entonces, rapidito, a lo que los líderes rusos saben mejor que nadie: comportarse como malnacidos. (Mala idea: el rewind a las reformas liberales de la época puso a Rusia en un curso de colisión irreversible con la historia y aseguró que las masas rusas siguieran siendo miserables hasta que se rebelaron por completo 30 años después).
Zar Nicolás II
El hijo de Alejandro, el zar Nicolás II, sobrevivió a dos intentos de asesinato. Él también interpretó su buena suerte como una llamada a aferrarse a sus derechos monárquicos. A diferencia de su otets —“padre”— Alejandro, Nicolás no tuvo el lujo de morir antes de pagar por su arrogancia con su vida, las vidas de toda su familia, de una gran parte de la nobleza rusa y la clase media, y de millones de rusos y europeos del Este que pasaron a “disfrutar” de la dictadura del proletariado por más de medio siglo.
Benito Mussolini
Y así llegamos de nuevo a la Segunda Guerra Mundial: el original autócrata fascista de Europa, el italiano Benito Mussolini, también tuvo su susto de muerte en 1926 a manos de la irlandesa Violet Gibson, cuya bala no le rozó la oreja —como Trump— sino la nariz. ¿Qué concluyó el populista “súper macho”? A estas alturas, no tengo que decirles.
Igual de importante, el atentado ayudó a Mussolini a consolidar el apoyo a su gobierno, reprimiendo a los disidentes políticos, aumentando la censura de los medios y expandiendo los poderes de la policía secreta italiana.
Reflexionando sobre la reacción de Trump tras ser disparado, Tucker Carlson, el comentarista político, se puso filosófico: “Que te disparen en la cara cambia a un hombre.” Pues muy seguramente sí. Pero ya sea que la experiencia lo vuelva más sabio, haciéndole darse cuenta de su humanidad compartida y la fragilidad de la vida, o que ponga sus delirios y ego en “turbo”, el resultado tiende a ser, como muestra la historia, un volado.
Por eso todos estaríamos mucho mejor manteniendo a Dios, los dioses, la Providencia o su hada madrina favorita fuera de la explicación de semejantes acontecimientos.